Los tejidos se esculpieron con gracia y maestría artesana, en la alta costura de P/V 2024 de Valentino

por podium

Tejidos esculpidos como auténticas obras de arte: la alta Costura de Valentino celebra el propio acto de crear

Una aproximación neoclásica al existencialismo. Esta es la radicalidad con que Pierpaolo Piccioli quiere devolver la alta costura a su estado más puro. En la Semana de la Alta Costura de París, actualmente vaciada de certezas, la colección Le Salon de Valentino fue a la vez un retorno y un punto de partida. Los tejidos tomaron forma de esculturas, elaboradas con tanta gracia y maestría que parecían cobrar vida. Fue como si el número 8 de la Place Vendôme se viese imbuido del espíritu de lo que son –y representan– Amore e Psiche de Antonio Canova y L’homme qui marche de Alberto Giacometti. La pasión y el ingenio humano impulsaron el proceso. En una atmósfera densa, como silenciada para proteger los sueños, las prendas rindieron tributo a esa complejidad que solo puede apreciarse bien de cerca. Con la voz de Maria Callas y su Casta Diva de fondo, esos salones –enclave eterno de la alta costura de Valentino– han vuelto a ser el espacio de contemplación e intimidad que solo se le concede a la ropa más exclusiva.

 

 

Antes que el director creativo, cuando llegó el final del desfile fueron las premiers, sastras y patronistas, las personas que confeccionan y bordan, quienes recibieron los aplausos sobre la pasarela. Antonietta De Angelis, Floriana Livrieri, Alessandra Martini, Irene Stranieri, Debora Zampa y Laura Dalla Valle: son ellas quienes dirigen los seis ateliers que hacen tangible el savoir faire. El tejido, pensado y plasmado a modo de joya que envuelve el cuerpo, acaparó la atención. Rosas rojas tridimensionales, plumas de lentejuelas, pétalos metálicos, espirales de cuero grabado, velos de encaje como pintados, nubes de flecos con la densidad del coral o espinas de organza, creadas con el ingenio y la dedicación reservados a las grandes obras artísticas.

 

Pieles exóticas, peletería y plumas modeladas y esculpidas a base de tejidos y técnica, rouleaux de organza de seda y lentejuelas cortadas a mano: 1.000 horas de trabajo solo para dar vida al abrigo de mohair color mostaza y el vestido bustier drapeado en rosa fucsia; 87 metros de tela para la capa de rosas rojas de seda; 415 horas para confeccionar el chaleco rosa pálido; 590 para el vestido de tul, crepé de seda y gazar con incrustaciones de encaje Chantilly dentelle… Y estas son solo algunas de las abultadas cifras de la alta costura. En un juego de contrastes, la extrema fragilidad de lo precioso se convierte en fuerza, la yuxtaposición de opuestos se transforma en flujo incesante de energía y lo intangible adquiere una materialidad sensorial, con una inmediatez y espontaneidad habitualmente ajenas a gestos premeditados. «Es un lugar destinado a ser testigo de la belleza y, por tanto, a experimentar la humanidad», se lee en el cuadernillo reservado a los invitados sobre una propuesta cuya principal misión es rendir culto a la artesanía. Porque estas prendas solo pueden contemplarse con la admiración y la mirada atenta con que nos perderíamos en una obra de arte.

 

 

Publicado Originalmente por: VOGUE

 

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