El aroma de las flores frescas (miles de rosas) que se filtraba a través del portal hacia el set de Richard Quinn ya era casi una sobrecarga sensorial. Eso fue antes de que nos hubiéramos dado cuenta del hecho de que la Orquesta de Cámara Inglesa estaba delante de nosotros, y que el Coro Bach de Londres, quizás un centenar de miembros, estaba concentrado a lo largo del balcón de arriba. Luego vimos a la joven cantautora británica Gabrielle Aplin, con un vestido de cuentas de azabache, entrar en fila para ocupar un lugar al frente de la orquesta, seguida de algunos gatos de ballet vestidos de látex que posaban como las mascotas de la casa de Richard Quinn, y finalmente el música y comenzó el espectáculo.
Lo que podría haber sido una ocasión ruidosa, posiblemente grandilocuentemente sensacional, resultó ser, como dijo Quinn más tarde, “algo realmente etéreo. Hemos estado buscando cómo podemos elevar lo que hacemos. Hemos mirado hacia atrás a Chanel y Dior en los años 80 y 90, y tenían esa sensación de equilibrio y gracia”. Hizo una pausa y agregó: «Porque especialmente ahora, solo quería que la gente sintiera una especie de reacción de amor abrumadora hacia la ropa».
Incluso entre la enormidad de su escenario espectacular, Quinn estaba claramente decidido a demostrar que no será encasillado como un showman performativo. Fue un movimiento inteligente. En lugar de acres de volumen rígido y estampado, había una nueva suavidad en sus elecciones de telas para vestidos, y una delgadez en las siluetas brillantes de sus vestidos largos de abrigo. De cerca, se podía apreciar cada diminuta flor de lentejuelas centelleantes y bordados de celosía de perlas.
“Queríamos tomarnos muy en serio lo que hacemos, el oficio artesanal y el hecho de que ahora tenemos una casa, aquí en Londres, donde damos la bienvenida a los clientes”, dijo. “Y me gustaría que sintieran algo de la emoción de esta experiencia de espectáculo cuando vengan”.
Quinn se ha sentido cautivado por la alta costura parisina clásica desde que era estudiante de licenciatura en grabado. Disparó su primera colección de graduación de crinolinas pintadas con flores de la década de 1950 en un set con una escalera, al estilo de Irving Penn. Todos sus desfiles desde entonces han sido una exageración de las siluetas de esa época, impresas con un derroche de flores de colores llamativos, frecuentemente subvertidas con trajes de gimp y rostros enmascarados. El BDSM había desaparecido esta temporada (aparte de los gatos). Quinn quería que nos concentráramos en el contenido de la ropa.
Al cambiar su rumbo muy levemente hacia una referencia a Chanel, por supuesto, está asintiendo en dirección a la exhibición de Karl Lagerfeld en el Met en mayo. Hay tiempo de sobra para que los posibles asistentes se acerquen a la Casa de Quinn para pedirle un abrigo de Karl como tributo.
También es la temporada de bodas de verano. Una procesión de 16 novias de Richard Quinn con ramos de flores fue encabezada por un par de damas de honor con diminutos vestidos de lencería a juego. La variedad de opciones (encorsetado, drapeado, de gasa o a la medida, con hombros descubiertos o cuello embudo, con cuentas o sencillo) ofrecía algo para casi todos. Quinn ha construido un importante negocio de novias, especialmente para clientes internacionales, desde la última vez que mostró un cuadro de bodas antes de la pandemia. Hizo un contraste conmovedor con el luto profundo y velado de su final de última temporada, antes del funeral de la reina Isabel. La visión de esperanza «etérea, angelical» completamente blanca, en medio de la belleza de las flores y la delicadeza de la música, dejó a muchos en la audiencia llorando.
Escrito originalmente por
VOGUE