Para Demna Gvalalia no existe nada más fetichista que el dinero. De ahí que, para la presentación de la que marca su última colección crucero para Balenciaga, el georgiano escogiese la meca del capitalismo por excelencia: la bolsa de Nueva York. Un emplazamiento que se cubrió de moqueta negra para la ocasión, dando lugar a una inusual pasarela sobre la que desfilaron modelos todavía más inusuales. A saber: maniquíes desprendidos de identidad cubiertos en monos de látex negro que, de nuevo, hacían un guiño a ese mundo fetichista que Gvasalia lleva explorando desde hace meses (cómo olvidar a la mismísima Kim Kardashian enfundada en uno de sus diseños).
Más allá de ese primer impacto visual, sin embargo, la colección apostó por un mix mucho más clásico de lo que podría parecer: el tradicional high & low, aquí representado por la estética de la upper class neoyorkina y el streetwear que bebe de las influencias de la cultura del hip hop, a través de la colaboración con Adidas.
El resultado de tal receta pasó así por una desconcertante fórmula en la que los modelos convirtieron esas prendas elevadas confeccionadas en materiales como seda, lana odenim artesanal en apuestas mucho más arriesgadas de lo que podrían parecer sobre el papel. Y es que aunque pudieron verse vestidos bodycon, trench fluidos o esmoquines, las proporciones jugaron su habitual papel protagonista, a través de hombros marcados, zapatos sobredimensionados o trajes deconstruidos que reimaginaron las normas.
El desfile supuso no solo la consolidación de esa estética Gvasalia a medio camino entre el streetwear más contemporáneo y el juego de volúmenes y estructuras, sino que también marcó el primer desfile de la firma en 20 años en la Gran Manzana. Y con toda la industria reunida bajo las pantallas del Dow Jones observando las lentejuelas de maniquíes desprovistos de identidad, el diseñador ha conseguido, seguro, marcar un nuevo hito para la maison.
Fue publicado originalmente por
VOGUE ESPAÑA