El recibimiento en Aguas Calientes
Nada más poner un pie en la estación de tren de Aguas Calientes, me recibe la cálida sonrisa de Marcelo Hermoza, quien desde hace dos años se desempeña como Guest Service del Inkaterra Machu Picchu Pueblo. Su amabilidad consigue que me sienta bienvenida al instante.
Mientras Vidal Huamán, jefe de portería, se encarga de mis maletas, recorremos los pocos metros que separan las vías del tren (único medio de acceso a este pueblo, antesala del Santuario Inca) y este ecohotel que promete una experiencia tan única como transformadora.

Un refugio entre orquídeas y nubes
La exuberante vegetación selvática anuncia mi entrada en un retiro ecológico enclavado en el corazón del bosque nuboso. Apenas tengo tiempo de asimilarlo cuando cuatro miembros del equipo, liderados por Luis Matute, gerente del lodge, me dan la bienvenida con amabilidad y entusiasmo.
Me explican el programa de los próximos tres días: desde avistamiento de aves y producción artesanal de té hasta una inmersión en el fascinante mundo de las orquídeas situado en uno de los vórtices energéticos más poderosos del planeta.
Este es el inconfundible sello de Inkaterra, una marca pionera del ecoturismo en el Perú. Sus fundadores, Denise Guislain y José Koechlin, han dedicado casi cinco décadas a demostrar que la hospitalidad puede ser también una forma de conservación. Sus hoteles son, en realidad, una excusa para proteger ecosistemas frágiles y educar al viajero sobre el verdadero lujo: el equilibrio con la naturaleza.
El encanto del detalle
Mi habitación, la número 51, me sorprende por su amplitud, elegancia y vistas privilegiadas a los jardines. Según la numerología, simboliza un cambio positivo hacia una vida más plena; lo tomo como una señal auspiciosa.
El hotel boutique, distinguido con la Llave Michelin, ofrece un lujo discreto y sostenible que se aprecia incluso en su gastronomía. En mi primer almuerzo, el mozo Fernando Díaz me recomienda una trucha a la plancha acompañada de vegetales orgánicos cultivados en la chakra del hotel y papas amarillas al horno. Cierro la comida con un suspiro de lúcuma, uno de los sabores más emblemáticos del Perú andino.

Ciencia, té y biodiversidad
Al caer la tarde, me encuentro con Daxs Coaila, biólogo e investigador de Inkaterra, quien lleva nueve años trabajando en proyectos de conservación. Me guía por el jardín de orquídeas, que alberga más de 372 especies registradas, una de las colecciones in situ más grandes del mundo.
En este santuario natural, Inkaterra también produce un té artesanal reconocido con la medalla de oro en el concurso internacional Teas of the World. Visitamos la plantación ubicada junto al río Urubamba, considerado por los incas el gemelo de la Vía Láctea. Las técnicas de cultivo ancestral y el respeto por los ciclos naturales explican el prestigio de su producto y la conexión espiritual que se respira en cada rincón.
El lujo de desconectar
Premiado en múltiples ocasiones como uno de los mejores resorts del mundo, Inkaterra Machu Picchu Pueblo invita a reducir el ritmo y reconectar con los sentidos. Lo experimento junto a Wilfredo Quispe, jefe del Ecocentro, quien me felicita justo cuando aparece un espectacular Gallito de las Rocas, el ave nacional del Perú. Observar su plumaje rojo intenso es un privilegio difícil de olvidar.
El enfoque holístico que atraviesa cada acción de este hotel, reconocido por las Naciones Unidas como la primera marca hotelera Climate Positive del mundo, se percibe en su atmósfera serena. Hay una energía amable que parece impregnar a huéspedes y empleados por igual.
Este laboratorio natural, guardián de la biodiversidad andina, alberga decenas de especies de colibríes y más de un centenar de mariposas. Una de ellas, con alas que imitan los ojos de un búho, se posa frente a mí. Al desplegarlas revela un patrón semejante a la cabeza de una serpiente, un sofisticado mecanismo de defensa que me explica Wilfredo. Es un instante hipnótico que resume la magia de este lugar: un espacio donde la ciencia, la belleza y la espiritualidad conviven en perfecta armonía.

Una empresa con alma
Más tarde, me reúno con Luis Matute, gerente del hotel desde hace nueve años. Nos encontramos en el café, entre el murmullo del tren que entra en la estación y las risas de los viajeros recién llegados.
“Inkaterra es una empresa familiar que ha crecido sin perder su esencia”, me dice. “Converso casi a diario con el señor Joe. Hablamos sobre el té o sobre cómo recibir mejor a nuestros huéspedes. Esa cercanía no la encuentras en otro lugar. Es un auténtico visionario”, comenta, dejando entrever la profunda admiración que siente hacia él.
Antes de despedirnos, Luis me recomienda probar las pozas naturales, alimentadas por una catarata cercana y con una temperatura promedio de 30 °C. Tras ascender el Huayna Picchu, me parecen el premio perfecto para cerrar el día.
Donde la naturaleza tiene la última palabra
Luis tiene razón: a este jardín secreto de la selva alta no se puede venir solo por una noche. Requiere tiempo, calma y disposición para escuchar lo que la naturaleza tiene que decir.
Si esta experiencia tuviera una banda sonora, sería sin duda “América, América” de Nino Bravo. Porque Perú es el Jardín del Edén, y en Inkaterra cultivan la belleza, la conciencia y el respeto por la vida con la misma devoción que las orquídeas que lo adornan.